miércoles, 6 de agosto de 2008

El decrecimiento

Tal como le había prometido a mi amigo Lucas Morando (que publicó un video sobre las consecuencias del crecimiento que había visto "traducido al argentino" hace un mes), subo un texto de Giorgio Mosangini sobre el decrecimiento, un concepto desconocido en América Latina pero muy difundido en Francia e Italia. Lo que me lleva a pensar, justo ahora que los países subdesarrollados están creciendo, que América Latina intenta reindustrializarse con la sustitución de importaciones, que China e India multiplican día a día la cantidad de personas que acceden a la clase media, y que Europa entra en varias crisis (la del ladrillo por la imposibilidad de construir por siempre, la de la deslocalización de empresas, la de la falta de acceso al agua y el encarecimiento del petróleo) hay que decrecer... No sé, es una idea genial, pero no la podríamos haber aplicado durante la Revolución Industrial del SXVIII? Quizás habría que redistribuir el crecimiento entre los países del Norte y los del Sur.


"Así como para el crecimiento no todo tiene que crecer, para el decrecimiento no todo tiene que decrecer. Lo que tiene que disminuir es el consumo de materia y energía, es decir, principalmente el PIB. Eso nos lleva a la valoración en los ámbitos de la producción. ¿Qué hay que producir? ¿Por qué? ¿Para qué? El decrecimiento defiende el rechazo a la valoración estrictamente económica y monetaria que domina nuestras sociedades. Disponer de otros criterios de valoración (sociales, ecológicos, etc.) es indispensable para salir de la lógica de crecimiento.

El valor económico no puede ser el único y su omnipotencia en la ideología del crecimiento lleva a la mercantilización de las personas y de la naturaleza. El crecimiento, el PIB, mide exclusivamente la producción de bienes y servicios (allí entra todo, desde la producción de un coche hasta los gastos necesarios para cubrir los costes médicos vinculados a los accidentes de tráfico o las actividades económicas asociadas a paliar los efectos de la contaminación del parque automovilístico). El PIB, el crecimiento, en cambio, es incapaz de medir y valorar la justicia social o la conservación de la naturaleza.

El reto del decrecimiento es aprender a producir valor y felicidad reduciendo progresivamente la utilización de materia y energía. Así, no se trata de una receta, sino más bien de un conjunto de pistas, de caminos posibles para superar todas estas contradicciones. Más que construir una sociedad alternativa concreta, el decrecimiento implica desaprender, desprenderse de un modo de vida equivocado, incompatible con el planeta. Se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización social y económica.

Los posibles caminos del decrecimiento pasan por estrategias y elementos tan diversos como la relocalización de la economía y la producción a escala local y sostenible; la agricultura agroecológica; la desindustrialización; el fin de nuestro modelo de transporte (automóvil, aviones, etc.); el fin del consumismo y de la publicidad; la desurbanización; el salario máximo; la conservación y reutilización; la autoproducción de bienes y servicios; la reducción del tiempo de trabajo; la austeridad; los intercambios no mercantilizados; y un largo etcétera.

Por otro lado, las escalas de reflexión e intervención también son múltiples: el movimiento a favor del decrecimiento tiene que trabajar en la articulación de tres niveles de resistencia: el nivel de resistencia individual, la simplicidad voluntaria; el nivel de las alternativas colectivas, que permiten inventar otras formas de vida para generalizarlas; el nivel político, es decir él de los debates y e las decisiones colectivas fundamentales en la definición de la sociedad".

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