sábado, 20 de septiembre de 2008

Ucronías Argentinas

El diario Crítica publica un reportajes a los responsables de la Revista Barcelona, autores también del libro Ucronías, que con el mismo espíritu irónico de la revista intentan explicar la historia argentina en base a ucronías. Es decir, qué hubiese pasado si las cosas se hubieran dado de forma distinta.

Aquí, un pedacito del libro:
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Por qué no se pudo bajar del cielo a Eva con los huesos de Aramburu

Los huesos de Pedro Eugenio Aramburu no alcanzaron para construir la escalera con la que Montoneros había prometido bajar del cielo a Eva Duarte de Perón. La estructura ósea del dictador secuestrado, juzgado por un tribunal popular y ajusticiado por la milicia montonera en la localidad bonaerense de Carlos Tejedor– cuna de, entre otros grandes, el ídolo del arco boquense, Hugo Orlando Gatti–, resultó demasiado frágil y endeble: sus fémures, húmeros, tibias, costillas, astrágalos, apriétales, temporales, vértebras, omóplatos, clavículas, occipital, esternón, palatino, coxis, cúbitos, rótulas, esfenoides, etmoides, metacarpianos, ilión, maxilar, malar, ungis, metatarsianos y peronés, aunque anudados con ideológica firmeza mediante patrióticas sogas de hilo sisal, apenas bastaron para fabricar una sumamente precaria escalera marinera que sólo logró elevarse del piso unos 35 centímetros, que luego se redujeron a 15 por efecto de la osteoporosis del teniente general.

Fue la primera de una larga cadena de promesas incumplidas por un gobierno que había accedido al poder en 1973 luego del renunciamiento histórico de Perón y antes del arrepentimiento histórico de Perón, al calor de los bombos y las bombas, con la ilusión de dar a luz una Argentina peronista, socialista y cristiana, y gracias al apoyo de millones de jóvenes luchadores tan idealistas como bigotudos.

Fue también el inicio del fin de la utopía montonera. Como la osamenta de Aramburu, los huesos amarillentos de otros militares “gorilas” ajusticiados con el único fin de “ reforzar las bases de la máxima escalera justicialista” –entre ellos, los de los ex presidentes Eduardo Lonardi, Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston, Alejandro Agustín Lanusse y el marinero Isaac Francisco Rojas– sólo sirvieron para juntar escombros de calcio y demorar un anuncio que, a poco de iniciado el proyecto, la cúpula de la organización política y militar Montoneros ya sabía que sería imposible de llevar a cabo. Desde su propia enunciación, la idea de construir una escalera al cielo constituyó una tarea irrealizable, un trabajo en vano que involucró a centenares de militantes que mucho sabían de armas, atentados, explosivos, guerrilla foquista y cianuro, pero poco de bioarquitectura y diseño con residuos patógenos o cualquier tipo de materiales reciclados.

Para peor, la mala conservación de los restos del “fusilador del general Valle” –que habían sido guardados durante tres años en las mismas precarias heladeras de telgopor revestidas en hule estampado con mil rostros de Eva Duarte de Perón que habían sido usadas para mantener frescas las bebidas de los niños durante los torneos Evita– no ayudó a la solidez de la construcción.

Por eso no sorprendió a nadie el comunicado oficial de la Junta Revolucionaria que, fechado, el 18 de octubre de 1973, un día después de la clásica celebración del Día de la Lealtad Peronista, daba por cancelada de manera definitiva la “Operación Evita Descendida”. Redactado por el propio ministro de Cultura, Adoctrinamiento y Medios Revolucionarios, el periodista Rodolfo Walsh –quien pronto fue reemplazado en esa función por el más popular y maleable Andrés Percivale–, el texto revelaba la frustración ante la evidencia de lo imposible.

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